La humildad del hijo pródigo


Lucas 15:11 al 24

"Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra,  el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos,  pero nadie le daba." Lucas 15:15 -16

Mi padre solía contar, de su tiempo de trabajo en el campo acompañando a uno de sus tíos, que el cerdo ama el barro, y revolcarse en él.
Así siento que somos nosotros los hombres. Como los cerdos no podemos vivir sin revolvernos en el pecado.
¡Que sería de nosotros si Dios no estuviera siempre esperándonos con sus brazos abiertos!
Una de mis compañeras de canto me dijo el sábado: "es que yo tengo que saber hasta dónde llego, quién soy realmente", hablando de algunas maneras de vivir de cada uno de nosotros.
Por eso creo que Dios nos permite caer, para que nos demos cuenta cuan lejos podríamos llegar si no estamos tomados de su mano, y por sobre todas las cosas, quienes somos realmente.
El quiere descubrir lo fatuo de nuestro corazón, para que podamos comprender que Él no quiere reprimidos, sino hijos que lo amen de todo corazón reconociéndose constantemente pecadores, cerdos constantmente dispuestos a correr para revolverse, y por lo tanto humildes delante del mundo.
No podemos llevar su mensaje si no reconocemos que somos iguales o peores que aquellos que aún no lo han escuchado o que no lo han reconocido como su señor. Y que lo único que nos diferencia es Jesucristo, señor y Dios de nuestra vida, pero no por nuestros méritos, sino por los suyos. Por su sangre derramada en el calvario por nosotros y por todos los que lo quieran reconocer.
Una enorme sombra tapa la iglesia del siglo XXI, la sombra de la soberbia, nos creemos superiores y somos los peores, indignos, no por los pecados que cometemos constantemente, sino por creernos mejores.
Señor, que no tengamos que seguir cayendo para reconocer que sin vos, somos nada. Enseñanos a vivir con la constante humildad del hijo pródigo.

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